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El arte de la congelación es muy antiguo y viene practicándose desde mucho antes de que se inventara cualquier máquina. Nuestros ancestros utilizaban diversas técnicas pero la más habitual era la compresión de la nieve para obtener hielo que luego utilizaban para conservar los alimentos.
Con la evolución de la tecnología se ha ganado, obviamente, mucha calidad en el proceso. Ahora sabemos que cuando congelamos un alimento, estamos frenando su descomposición, la alteración de sus características organolépticas y la proliferación de algunas bacterias que a estas temperaturas no pueden crecer ni reproducirse. Algunos parásitos como el anisakis, también se inactivan con la congelación, por eso es muchas cartas de restaurantes explican que el pescado fresco que van a servir casi crudo como los tatakis o los ceviches, ha estado congelado previamente para prevenir la presencia de este parasito vivo. Que lo indiquen es bueno.
Si congelamos en casa, debemos tener en cuenta que los alimentos tardan horas en congelarse y puede haber una pequeña pérdida de nutrientes, aunque la gran mayoría permanecerán intactos. En el caso de la congelación industrial, si se congela rápido y a temperaturas muy bajas (-30ºC), los nutrientes esenciales se mantienen intactos.
De hecho, muchas verduras y hortalizas congeladas contienen más nutrientes que sus homólogos frescos. Esto es debido a que los productos frescos pueden tardar días en llegar a nuestra mesa desde su recolección o incluso, habiéndose recogido el mismo día, quizá los tendremos en la nevera y no los consumiremos hasta pasados unos días. Durante este periodo de tiempo, van perdiendo de forma progresiva algunas vitaminas y minerales, sobre todo si las conservamos a temperatura ambiente. Curioso, ¿verdad?
Aquí os dejo algunos consejos para que congeléis con seguridad.